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Uno de los requisitos que se exigía a los enclaves elegidos para construir los Reales Sitios era contar con el abastecimiento de agua garantizado durante todo el año. En el caso del monasterio de San Lorenzo, esta necesidad estaba perfectamente avalada por la hidrografía del entorno.

Por la parte más oriental encontramos los cursos altos del río Guadarrama, al que llegan los arroyos Guateles, que atraviesan El Campillo y Monesterio, y el arroyo Loco. Por el Oeste fluye otro afluente de Guadarrama, el Aulencia, cuyo curso alto, el arroyo del Batán, atraviesa La Herrería y las otras fincas, hasta confluir en el arroyo del Tercio. Desde Abantos desciende el arroyo del Romeral, muy cerca del recinto monástico, y el del Arca del Helechal, que lo hace por la Solana del Ventisquero.

Para asegurar el agua todo el año se construyeron las arcas de San Juan, Marinera, Cascajal y de los Repartimientos, esta última la encontraríamos en lo que hoy es la plaza de Benavente, de la que partían los ocho caños que abastecían al monasterio fluyendo entre las dos primeras Casas de Oficios y la Lonja en dirección a la fachada norte, donde el precioso líquido penetraba en el edificio religioso. Un complejo sistema de llaves que permitió hasta el siglo XX que el agua llegase con presión hasta una altura de 33 pies. Junto al edificio de la Botica y el muro de los nichos se construyó el estanque grande de la huerta, diseñado por Francisco de Mora.

Una vez garantizado el suministro básico de agua se comenzó la construcción.

Felipe II piensa en una construcción donde la sobriedad destaque por encima de la propia grandiosidad del proyecto. Elige a Juan Bautista de Toledo para llevarlo a cabo y lo nombra en 1559, desde Gante, sin esperar a volver a España. Este arquitecto, que había trabajado en Italia con Miguel Angel, fallece en 1567 y es Juan de Herrera quien toma el mando de las obras. La primera piedra se pone el 23 de abril de 1563 y la última el 13 de septiembre de 1584.

Su principal objetivo era servir como panteón que recogiese los restos mortales de la familia real, pero también fue residencia real, centro de cultura, seminario de estudios, talleres de oficios, hospedería, hospital… Y todo bajo un común denominador: “que todo estuviese bajo razón”.

Con la construcción del Monasterio se comienza también la construcción de sus jardines, en medio de un gran bosque y donde no existe ninguna tradición jardinera. Era un deseo muy claro de Felipe II y ya entre los primeros Jerónimos que llegan al lugar esta fray Marcos de Cardona, especialista en jardinería, y desde el principio, seguramente en el Monasterio de Prestado, donde se alojan, comienza su intento de aclimatación de los plantones de naranjo que ha traído de Plasencia.

Ya se habían construido algunos jardines renacentistas en España, pero no era algo habitual. De echo, el primer libro que se publica sobre jardines es obra de Gregorio de los Ríos, jardinero de Felipe II. No solo es el primer libro de jardinería publicado en España, también lo es en toda Europa: Agricultura de jardines, que trata de la manera que se ha[n] de criar, gouernar y conseruar las plantas (1592), hasta entonces el cultivo de plantas estaba más relacionado con la medicina y la agricultura y los jardines de los monasterios eran lugar donde se cultivaban este tipo de plantas.

En las crónicas del padre Sigüenza encontramos una excelente descripción de lo que fueron estos jardines: ”La plaza que hace encima de este terrepleno, que como digo, tiene 100 pies de ancho, esta toda llena de jardines y fuentes, como dicen que en otro tiempo estuvieron sobre los muros de Babilonia aquellos que llamaron huertos Pensiles. Vense aquí infinitas variedades de plantas, arbustos y yerbas, que dan gran copia de flores, que en invierno y en verano no faltan jamas. Se componen infinitos ramilletes de gran frescura y belleza, y con muy poca diligencia de los que las cultivan, se conservan en el más riguroso invierno muchas clavelinas y claveles, no solo de los que nos han enviado de nuestras indias, sino de los dinos y naturales de España, lo que no se hace en Aranjuez, ni en otros jardines regalados. Están compartidas en estas dos plazas doce fuentes, en el contorno de cada una hay cuatro cuadros de flores blancas, azules, coloradas, amarillas, encarnadas y de otras agradables mezclas, y están tan bien compartidas, que parecen alfombras finas traídas de Turquía, del Cairo o Damasco. Por las paredes, desde las rejas de las sentinas abajo, están hechos unos enrejados o celosías de maderas, y por ellos engeridos, rosales, ligustros, mosquetas, jazmines, madreselvas, y aun lo que muchos no creen, naranjos y limones, que gozamos de sus flores y sus frutos a pesar de los fríos fabonios y cierzos de la sierra. Son estos jardines y cuanto en ellos hay la cosa más alegre de esta fabrica para unos y para otros: porque bien bajen a ellos los religiosos y otras personas de la casa del Rey, se paseen y cojan flores en el verano, gocen del sol en el invierno, bien se miren desde las celdas, que es lo más y lo mejor que se habita en estióna casa, es un alivio grande para el alma, despiertan la contemplación y hacen levantar a la hermosura del cielo los pensamientos”.

En el monasterio de San Lorenzo de El Escorial se diferencian claramente dos zonas ajardinadas: una en el interior, el patio de los Evangelistas y otra en el exterior, en la que podremos distinguir a su vez otras tres subzonas: el jardín de los Frailesel jardín del Rey y el jardín del Prior. Se crearon también huertos, bosques y avenidas, como La Fresneda, pero se consideran obras menores. Los jardines sufrieron grandes cambios con el tiempo y las modas. Con las reformas de Carlos III la composición vegetal cambia, como tienen que cambiar las infraestructuras necesaria para llevar el agua al Monasterio. El neoclasicismo sustituye al gusto del renacimiento y los jardines también se adaptan. Otra zona del palacio se habilita como vivienda de los reyes. El estilo sobrio de los Austrias no es del agrado de los Borbones, cuyo palacio se puede visitar actualmente.

El patio de los Evangelistas. Situado en el interior del edificio, se trata de un jardín renacentista organizado, que continuando la tradición monástica, cumple la función de claustro del edificio monástico, ocupando un espacio de 64 x 38 metros. En el centro se dispone el templete octogonal diseñado por Juan de Herrera. Sobre el entablamento, las figuras de los reyes de Jerusalén: David, Salomón, Ezequías, Josafat, Josías y Manasés. Son obra del escultor Juan Bautista Monegro. Las esculturas miden 5 metros de altura. La fuente central esta rodeada por cuatro estanques llenos de agua. Al fondo se encuentra la fachada principal de la basílica, formada por seis columnas dóricas, entablamento, un frontón triangular como remate y rodeada por dos torres-campanario. Los cuadros de borduras geométricas encerraban en su interior las flores coloristas.

Los jardines exteriores se suceden en tres de distinto usos: el jardín de los Frailes, el del Rey y el del Prior. Todos ellos fueron trazados según la típica tridimensional característica del Renacimiento italiano.

El jardín del rey y el del Prior se extienden en escuadra a lo largo de los flancos sur y este del monasterio, en torno a un total de 12 fuentes que los centralizan a tramos, formando pequeños grupos limitados por los dobles juegos de escaleras de bajada a la huerta. Fueron trazados por el padre Cardona. En la actualidad, y fruto de la reforma emprendida en el siglo XVIII, los jardines están sembrados de boj, pero originalmente constituían auténticas alfombras vegetales compuestas de flores de muy diversos colores. Formando escuadra con la proyección longitudinal del jardín de los Frailes se sitúa una alberca o estanque de agua para el riego de la huerta.

El Jardín de los Frailes, el mirador de mediodía sobre la meseta, también en el exterior. Jardines creados sobre las grandes terrazas de mediodía y levante, sobre los muros de contención que se apoyan en la huerta, ordenados por arcadas, que comunican huerta y jardín y sirven de abrigo a las plantas delicadas. Entre cada escalera encontramos una fuente berroqueña con una piña tallada en la misma piedra, sin ningún pedestal, entre cuatro cuadros de jardines, en una composición rectangular. Todo ello formado por boj, planta que solo va a exigir el recorte periódico y que mantiene perenne el verdor. En su interior encontramos rosales.

El jardín se divide por la terraza de levante en varias zonas cerradas por muros bajos de granito. Nos encontramos con el gran estanque del huerto y su gran escalera de seis tramos. Refugio soleado para las tardes invernales, en el que crecen por igual especies tan climatológicamente distantes como el boj y los rosales. Decía Ortega que “no había mejor sitio para meditar sobre el paisaje y sobre Castilla que este jardín de los Frailes.

Galería de Convalecientes o Corredor del Sol, Se encuentra al sudoeste del jardín de los frailes. Su función era proporcionar a los enfermos convalecientes un lugar soleado, lleno de luz y a resguardado de los vientos invernales procedentes del cerro de San Benito. Se articula sobre la Torre de la Botica. Una sobria fachada hacia la lonja oeste que contrasta con la abierta sobre los jardines, donde la solución arquitrabada con arcos sobre columnatas jónicas es única en la magna construcción.

En tiempos de Felipe II, en lugar del boj actual, el jardín estaba sembrado de flores exóticas y plantas medicinales, muchas de ellas traídas del Nuevo Mundo y de esto tenemos fiable noticia a partir de la minuciosa relación del médico murciano J. A. Almela, quien visitó El Escorial allá por 1594. El libro de este viajero merecería estar en cualquier tratado de botánica por el acierto y detalle con el que relaciona las muchas y variadas especies florales que poblaban el jardín. El aspecto general de la huerta y su arbolado, aunque sería más silvestre y montaraz, no debía distar mucho del que contemplamos ahora. Además del boj que marca los parterres, en los alrededores vemos cipreses, magnolios y tilos. Pero para terminar este breve recorrido es necesario subrayar que de aquel esplendor botánico que ofrecía este jardín en tiempos de su fundador hoy nos queda un exuberante plantío que, en cuatro etapas anuales diferentes y sucesivas, nos regala los sentidos. Nos referimos a las camelias, al árbol del amor, a los almendros y, cómo no, a los rosales. Las rosas eran las flores preferidas por Felipe II, que gustaba de su colocación diariamente en su mesa de comedor, según el testimonio de J. Sigüenza. En 1555, el naturalista Andrés Laguna escribió la versión española del Dioscórides y se lo dedicó al Rey: “Hállanse tres especies de rosas domésticas, muy útiles a la vida humana: que son las blancas, las rojas y las encarnadas. Son tenidas por excelentes las rojas, así por la suavidad del olor, como por el color muy grato, con que recrean y confortan la vista.”

Y recordando las palabras de Joaquín Romero Murube: “Jerónimo de Algora, Berrocal, como jardineros mayores, y todos aquellos maestros y peones holandeses, franceses, castellanos e incluso ingleses, acopian semillas, bulbos, rizomas, esquejes, plantones,,, Se envía a Sevilla por limoneros, a Málaga por naranjos enanos, a Murcia por algarrobos, a Arcos por manzanos y camuesos, a las Indias por arbustos desconocidos y de aclimatación difícil. Los tulipanes de Holanda, las azucenas de Florencia, los jazmines de Valencia y Andalucía, las madreselvas y mosqueta, las albahaquillas de siete variedades e infinidad de plantas aromáticas, no solo para el placer de los ojos, sino para extraerles su quinta esencia y destilar agua de olores en las farmacias del palacio”.

Manuel Azaña, que estudio en el colegio de los agustinos de este Monasterio, lo cita en sus Memorias y en su obra El jardín de los frailes, como lugar de entretenimiento y estudio. El jardín estaba repleto de flores y era un autentico jardín botánico, hasta 68 variedades diferentes de flores, muchas medicinales, y unas 400 plantas que se trajeron del Nuevo Mundo.

En el BOCAM de 21 de junio de 2006 se declara bien de interés cultural, en la categoría de territorio histórico, el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial constituido por el ámbito delimitado por la Cerca Histórica de Felipe II. En la actualidad pertenecen al Patrimonio Nacional, organismo que se encarga de su conservación.