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Las noches del Buen Retiro

Foto tomada en el El Retiro en 1950 por el fotógrafo húngaro Nicolás Muller (1913-2000)

D. Pío Baroja nació en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872 y se traslada a Madrid con su familia en 1879, conoce por tanto de primera mano la vida de finales del siglo XIX en la ciudad de Madrid. El Retiro pasa a ser propiedad municipal con motivo de la Gloriosa de 1868 y la importancia que el Parque de Madrid va a tener en la vida de sus habitantes podemos descubrirla en esta novela:

Los Jardines del Buen Retiro eran sitio estratégico e importante para la burguesía madrileña de hace más de 30 años. En aquellos Jardines se podían pasar la noches de verano de una manera agradable. Era lugar relativamente céntrico, contiguo a la plaza de Cibeles; había en el un teatro grande, árboles, boscajes retirados para parejas misteriosas, un café y música.

El jardín presentaba soberbio aspecto de noche, iluminado con brillantez por los arcos voltaicos. Cruzaban damas elegantes y señores bien vestidos. Se lucia, se coqueteaba, se piropeaba y se cambiaban miradas ardientes entre unas y otros.

La gente se divertía, probablemente, como hace quinientos años y como se divertirá con seguridad dentro de otros quinientos. Por un precio módico se tomaba el fresco las noches ardorosas del verano madrileño y se charlaba en una terturlia. En unas temporadas se oía opera, aunque barata no mala; en otras se veían representar zarzuelas bufas y algunos bailes y pantomimas de gran espectáculo.

Los días de moda, en junio y a principios de julio, antes del éxodo de la gente rica a la costa cantábrica, los Jardines tenían un aire de gran gala.

Al público del Buen Retiro que quedaba en el rigor del verano se le motejaba de pobre y con pretensiones, es decir de cursi, terrible acusación, espada de Damocles de los españoles durante cincuenta años y a la cual hoy parece írsele quitando la punta y el filo.

A las funciones de los Jardines iba, según se aseguraba, mucho tifus, es decir, gente que entraba de balde. Ello no impedía que a estos tíficos darse gran tono en el teatro y hasta desacreditar el lugar de su diversión.

Se veían allí casi siempre gran numero de políticos, de periodistas y varias familias de la aristocracia. De éstas, por presentarse en el jardín todas las noches y no salir a veranear a las playas del Norte, se pensaba si estarían arruinadas.

Como hay un fondo de petulancia y de malevolencia hasta para lo agradable, los mismos que se divertían y distraían en los Jardines no lo confesaban casi nunca y hablaban de ellos como de sitio de aburrimiento, de cursilería y de fastidio.”